jueves, 18 de marzo de 2021

La Última nota del burdel.

 

Sus manos desfilaban delicadamente por el marfil de cada tecla, liberando una bella armonía desde el interior de aquel maltratado piano. Cada nota desfilaba seguida de otra, guardando la distancia justa en el tiempo, un ritmo marcado por sus ya más que entrenados dedos, descolgándose por la partitura con total soltura dejando escapar una de las mejores obras compuestas de Verdi. No requería de la mayor de las concentraciones para tocar por lo que se permitía el lujo de mirar a su alrededor. El lugar estaba iluminado por tan solo unos cuantos candelabros y los rayos de luna que lograban colarse por los pequeños resquicios de las persianas bajadas. Una barra de bar se localizaba al fondo donde un camarero de aspecto serio y cómico bigote servía aquellos licores que él tomaba por mata-ratas y demás venenos. Los hombres que se apoyaban en el mostrador no podían ser descritos precisamente con delicadas palabras. Vestían ropas harapientas, roídas y desgastadas. Sus rostros sucios mostraban una dentadura de lo más torcida cada vez que se carcajeaban por cualquier vulgaridad. Si sus esposas supieran que parte de sus pequeños jornales se iban en vicios tan mundanos como emborracharse y romper con los santos votos más de uno se daría por muerto. Al otro lado del amplio salón se encontraba una pequeña parte reservada, limitada por una lujosa barandilla de madera ornamentada con metales dorados donde se abría paso a otro mundo lejano, solo accesible para el bolsillo más pudiente. En esa zona, sentados sobre unos caros sillones, se encontraban hombres que, para el ojo distraído, se confundirían con los de la barra. Vestían igual que el resto, para disimular su estatus, con prendas ajadas que parecían más mortaja que vestimenta para vivos, pero sus portes magnos, señoriales e imposibles de ocultar les delataba. Sobre la mesa reposaban los whiskys importados más caros que había sido posible traer de Escocia, y las mujeres que los acompañaban eran mucho más bellas que aquellas que andaban correteando por el salón agarradas de la mano por algún lascivo hombre de alzado lívido. Entre la zona del burgués y la del proletariado, se encontraban las escaleras que daban al segundo piso, el paraíso del lujurioso hombre que podía desfogar sus pasiones internas, desahogar todas sus penas y descansar sobre un mullido colchón de paja. Todo a cambio de unas monedas, claro está.
Seguía tocando cuando fue entonces que la vio bajando por dichas escaleras. La linda Isabella, enfundada en un ajustado vestido que entonaba sutilmente alguna de sus mejores partes de su femenina anatomía, abriendo el apetito de cualquiera que no dudara de su propia virilidad. Pero no era solo aquel cuerpo sinuoso el encanto de aquella mujer. Su pelo oscuro era una cascada lisa y fina que contrastaban con sus claros ojos verdes, dos faros únicos que, hasta él, que se consideraba un hombre frío, no pudo evitar confesarse ante las preguntas que sus delicados labios pronunciaban.
Bajó el resto de los peldaños y se acercó hasta el destartalado instrumento.

-Parece que ni los cazurros de la fábrica ni los supuestos sibaritas de buena casta saben apreciar tu arte, Víctor.
-La gente tiende más amar al artista que al arte, sobre todo si decir que no conoces al afamado supone quedar como ignorante.
-Es una buena reflexión.
- ¿Qué es lo que quieres, preciosa?
- ¿Acaso tendría que querer algo a cambio?- preguntó algo indignada.
-Te recuerdo que vendes tu amor a cualquiera que pueda permitírselo.
-Vale, eso ha dolido.

El pianista comenzó entonces a refrenar la música, levemente, diluyéndola en el ruido de fondo provocado por el jolgorio de los jornaleros recién pagados. Tomó un trago de la cerveza que reposaba sobre la mesa que había al lado del piano y se concedió un descanso.

-Aun no me has dicho que quieres, cariño.
-Tampoco tú me has pedido disculpas. -Increpó.
- ¿Por decir que oficias de puta o por permitir que lo hagas?
-Por lo primero. – Respondió Isabella. - Lo segundo no es tu culpa.
- ¿Qué quieres? - insistió.

Dejó Isabella escapar un ligero suspiro y sonrió. Inclinó su cuerpo sobre el pianista sin llegar a impedirle tocar, mostrando un poco más sus atributos a la vista de este, el cual fue capaz de evitar trastocar una nota por muy poco.

- ¿Me podrías hacer un pequeño favor? -Su tono se mostraba sensual, sus labios se redondeaban acentuándolos aún más si era posible, con un reflejo candente en su mirada. Víctor volvió a tomar la cerveza y pegó un largo trago que apuró más de media jarra. Río con una fuerte carcajada tras ello.


- ¿Acaso me tomas por un vulgar cliente de poca monta?
-Se te nota la polla erecta, Víctor.

Este volvió a reír.

-Ella va por libre. A diferencia del resto, yo pienso con el seso, no con mi sexo. No me compares con el resto, mujer.

Isabella volvió a suspirar resignada. Se sentó a su lado y le miró fijamente. Sus ojos brillaban en la escasa luz que salpicaba el lugar, Una parte de ellos mostraban un hueco por el que se podía ver su interior, una parte de ella que como mujer nunca podría estar en venta. Vio a una mujer inocente condenada a un mundo que no era el suyo, pero, sobre todo, vio nuevamente el motivo por el cual la amaba. Apartó la vista sonrojado, como si de un adolescente se tratase.

-Dilo de una vez. – Logró decir.

Isabella lo miró entrañada, como si de un niño inocente tuviese en frente. Acarició la cara del pianista y habló.


-Te necesito para salvar a alguien.
-A ver por dónde viene la sorpresa. -Dijo Víctor con sorna.
- ¿Has visto al nuevo fichaje del jefe?

La recordaba claramente. Lo primero que recordaba es que era todo un primor. Sus ojos azules eran todo un cielo bañado por el bruñido sol de su dorado pelo. Su cara mostraba rasgos infantiles sumado a los tímidos gestos que trataban de ocultar su vergüenza. Lo segundo que pensó es que el mundo debía arder para que una niña como aquella acabase así. Por lo visto su padre, endeudado con el dueño del burdel, ofreció a su hija, la cual, según el triste progenitor, tenía un cuerpo maduro que contrastaba con su cara. Una ganga para el proxeneta.

- ¿Qué ocurre con la niña? – Preguntó.
-Se llama Cristina.
-Vaya, parece que soy padre adoptivo y no lo sabía. ¿Qué pasa con nuestra querida hija?
-Déjate de sarcasmos Víctor, solo quiero saber si me ayudarás.

El pianista tomó la nueva cerveza que sigilosamente le había acercado el camarero, y se la aproximó a los labios. La vida ya de por si es cruel y tiende a maltratar a aquel que no la deja estar.

-Su primer cliente es François.

Víctor se atragantó y miró a Isabella sorprendido. Aquel maldito hombre se creía que su alta alcurnia le permitía tratar al resto como meros insectos. Rozaría los sesenta años. Sus ojos oscuros delataban su maldad y su enorme tripa reflejaba que el hambre solo era cosa de pobres. Solamente su ego podía competir en tamaño con su estómago. Era bien conocido en el burdel por sus extraños fetiches. Normalmente las altas propinas que dejaba acababan destinadas a los médicos de las prostitutas que habían estado a su cargo durante uno de los servicios que contrataba. Un ojo morado era lo mínimo que una mujer se acababa llevando con él, aparte de sufrir un alto nivel de vejaciones y humillaciones. La última prostituta que tuvo el poco placer de yacer la noche en su cama acabó teniendo que dejar el oficio debido a que las cicatrices iba a perseguirla toda su vida, junto al trauma, la incapacitaba para seguir oficiando. La pobre Cristina, la muñeca de ojos puros e inocentes iba a conocer el mundo de los adultos de una forma demasiado chocante. Todos sabían que más que un servicio eso iba a ser una violación, dejando por resultado una muñeca rota. Víctor apretó los dientes mientras seguía tocando, como si sus manos fueran por separado de su cabeza.

-¿Qué tenías pensado? -alcanzó a decir.
-Siempre te quejas que cuando el viene te toca hacer la excepción de servirle las copas, ¿no?
-Afirma que debe ser una putada para mí, un hombre de arte, rebajarme a servirle copas a él, alguien que se limpia el culo con los libretos de mis maestros, según dice.
-Pues es ahí donde tú entras.

El pianista la miró sorprendido. Las cábalas de su cabeza eran bastante sórdidas.
- ¿Acaso quieres que le envenene la copa? Creo que con darle cervezas como está al menos el paladar se lo matas.
-Con que le drogues me vale, querido.

Le tendió entonces un pequeño bote con un transparente líquido. Se veía algo viscoso dentro del pequeño contenedor. El pianista paró de tocar para observar el contenido.

-Con esto solo la salvarás por hoy. -dijo él.
-Tengo un plan.
- ¿Me lo contarás acaso?
-Cuanto menos sepas mejor.
- ¿Vas a quebrantar tus sagrados votos y mentirme?

Isabella le miró con ternura, acariciándole el rostro con delicadeza. Aquella mirada habría conquistado Troya, esclavizado a Héctor en vez de matarlo y robado el protagonismo de la mismísima Helena.

-Me temo, amor, que desde el día que acabamos aquí no hubo cabida para votos.

Se mantuvo un breve pero tenso silencio entre ellos, mientras el ruido de fondo del lugar no quería cesar.


- ¿Por qué lo haces? – Preguntó.

Ella se mordió el labio, como si desconociese de la respuesta.

-Creo que es porque me recuerda a la hija que pudimos tener.
-Nunca hubiera podido tener una hija tan bonita, al menos si yo fuese el padre biológico.

Isabella río enseñado su blanca sonrisa. Agarró entonces sus carrillos con una mano y le regaló un fugaz beso. Le supo dulce, con una suave fragancia a vainilla.

-Esa niña parece una obra de arte. Tú eres un artista. Solo tú y unos pocos más podríais componer una obra tan bella. Recuerda como es. No solo es linda, si no que tiene unas cualidades propias de una mujer santa, una que no desea el mal, que solo quiere la felicidad del resto. Es lo contraria a su propia naturaleza de mujer.
-Te recuerdo yo a ti que el artista que la hizo la ha vendido.
-Dudo que ese hijo de puta sea el auténtico padre.
-No porque tú lo dudes va a dejar de serlo.
- ¿Me ayudarás o no?

Víctor miró sus manos. Estaban ya gastadas, deshechas por tocar durante todas las noches en aquel burdel por cuatro cochinas monedas mientras que por el día escribía folletines para una editorial que más que tenerle bajo nómina le tenían bajo el yugo de la esclavitud. Miró su traje, una pieza gris de tercera mano que le quedaba dos tallas grandes. Se fijó en el lugar donde debía estar su pierna, olvidada en el campo de batalla de una guerra que no era suya y que la recordaba como si la tuviese cada vez que le dolía su ausencia. Contempló a su esposa, rebajada a oficiar de meretriz, aquella mujer que rechazó su propio apellido, la llave que le abría todo un abanico de posibilidades solo por estar con él, aquel que iba a ser el próximo literato francés de renombre. Un hombre que acabó lisiado, arruinado y despechado con el mundo. Meditó por un momento. Había tocado fondo tantas veces como aquel piano, y ya eran dos años atrapado frente al torturado instrumento. Sonrió y comenzó a tocar.

-Hagamos un trato. -Susurró.

Isabella puso los ojos en blanco.

-Sorpresas aun me guarda Dios.
-Yo te ayudo con dos condiciones. La primera es que me cuentes lo que vas a hacer con la pobre Catalina.
-Cristina. - corrigió Isabella.
-Eso. La segunda es que me ayudes tu con mi plan.

Su esposa le miró intrigada.

- ¿Qué plan?
-François siempre lleva con él una bolsa repleta de monedas, aquellas que van destinadas a pagar sus caros licores, sus extraños fetiches y sus irónicas grandes propinas.
- ¿Quieres que se la robemos? -preguntó Isabella sorprendida. - ¿Quieres que nos mate?
-Si lo juntamos con aquello que hemos ido ahorrando durante estos dos años nos dará para escapar de aquí, y no solo eso, le podremos dejar algo a la pobre niña para salir a delante. ¿Qué te parece?

Sin darla tiempo a responder a su pregunta la dio un apasionado beso. Algo había invadido su organismo, como un parásito de euforia que recorría cada poro de su piel elevando la temperatura. Despegó su boca de la sorprendida Isabella, que asustada solo podía mirar a su marido. Tras unos segundos pensando pudo ser capaz de volver a hablar.

-Tras que François quede inconsciente llevaremos a Cristina con uno de mis clientes habituales. El pobre está enamorado de mí y hará todo cuanto le pida. Ya hemos acordado que la tomará como sirvienta en su mesón. Se ha comprometido a darla una buena educación y brindarla un futuro. Será un putero, pero tiene gran corazón.

Víctor reflexionó el plan de su esposa. Se contempló en el espejo que había tras la barra. Su aspecto torturado le brindaba unas amplias ojeras, una barba descuidada y un aura oscura, propia de las personas carentes de esperanza. Para algunas personas seguir luchando no es una solución y rendirse un paliativo para el dolor que es la vida.

-Finge estar indispuesta. Invéntate que tienes la regla o algo. Ve a casa y prepara el equipaje. Compraremos algo por el camino. Esta noche abandonaremos Marsella.

Isabella comenzó a manifestar más intensamente su nerviosismo. No comprendía ese cambio tan repentino de su esposo, pero en el fondo no podía evitar sentirse agitada y emocionada.
- ¿A dónde iremos? - preguntó.
-A la única persona a la que tengo que pedir perdón. Iremos con mi hermano a España. Trabaja en el sur como labriego.

Isabella se levantó y salió corriendo. Paró de golpe y se volteó.

- ¿Está bien que hagamos esto?
- ¿Está bien que Dios dejara que la vida nos hiciese esto?

Su mujer le sonrío. Le encantaba como en ocasiones respondía con tal retórica. Volvió a girarse y desapareció tras la puerta.
Víctor miró al reloj. Quedaban cinco minutos para la llegada habitual de su no tan inocente víctima, aun le daba tiempo a tocar otra pieza más. La euforia seguía recorriendo lentamente su cuerpo alcanzando incluso esa desaparecida pierna derecha. Sonrió con malicia mientras se acomodaba sobre su asiento.

-Adiós Francia, hogar de malditos bohemios como yo, hoy te dejo, por mí, por la salud que me quitaste. Aquí muere el puto cojo de Francia. Pero no me iré sin antes darte las gracias por enseñarme que es vivir pase lo que pase. Aquí te dejo la última canción que estas manos tocarán sobre este piano del cual me desencadeno. Será lo último que este prostíbulo de poca monta escuche de mí. La última nota se la dedico al burdel.

domingo, 24 de enero de 2021

Tome nota.

 


Buenos días, tome nota:

Sus ojos al amanecer
respirando primaveras
son demasiado bonitos
para limitarlos a ser vistos,
pues a lo visto están hechos
a la costumbre de ser antes,
ayer y no mañana.

Tome nota: también
un buen libro que fragüe
la cautela de tu alma menor,
gratifica tu existencia
con oraciones y versos
como estos que te dedico.

Tome nota: no note
la toma del caos impuesto,
mantenga inocente
su acto de presencia
en este mundo impresentable
que te observa con rabia
desde su envidia mezquina.

Tome nota,  tome,
¿Lo está apuntando?
cansada te contemplo
de ser objeto de apuntes
exigiendo como debe ser
cuando el ser debe elegir
el destino de tus andares.

Tome nota: se niña
aunque una mujer grite
desde tus adentros,
que dentro de un tiempo
tu yo mujer echará
de menos las manos
que buscaban juego
y no caricias.

Tome nota: de tu sonrisa
haz un fuerte escudo,
que nada te pierda
aunque la marea ataque
con el nombre Sociedad,
si las sombras se oscurecen
según la luz del día
se atenúa con levedad.

Tome nota, de esto,
lo más importante a notar.
Mi ayuda es eterna
aunque la eternidad pasara
con distancia entre ambos,
estoy en tu recuerdo
y en tu olvido,
olvida pues sin miedo,
que en tu memoria amparo
con las notas que te presté.

Tome nota: Mi Adiós
es un rezo triste
preguntando a Dios
cuando podré decirte hola.
Ahora, tome nota:
Adiós.

La Última nota del burdel.

  Sus manos desfilaban delicadamente por el marfil de cada tecla, liberando una bella armonía desde el interior de aquel maltratado piano. C...